miércoles, 13 de abril de 2011

Primeras fotos presentación y palabras de M.Mártinez Forega










Tengo que decir de inmediato que Babel en las manos es una muy agradable sorpresa. Ha abandonado Fernando Sarría la fugacidad del instante arrebatado (aunque aquí también haya su dosis de instinto súbito, pero es ya un instinto depurado por la ducha fría del verbo, de la morfología con la que la poesía ha de trabajar necesariamente). Fernando Sarría ha dejado en el baño las salpicaduras del deseo, del anhelo que transita por las pieles a la luz de la luna, la ductilidad del tacto carnal... todo aquello que, con ser sin duda tributo obligado, sólo humedecía los versos. Ahora no; ahora, en este libro atravesado por el mar y por alguna ojeada a los cuerpos convertidos también en almas, todo es inundación, calado, y se advierte una mirada de adentro hacia afuera y de afuera hacia adentro: una simbiosis de la mirada y el ánimo; lo material filtrado por lo ontológico y ecuménico de las cosas. Muestra, además, reposo en el decir y fluidez en el redactar: a veces, a la inversa. Observamos cómo el pensamiento atraviesa lo que mira y lo hace digno de la palabra. Los objetos se transforman en realidades etéreas y las ideas se tornan tangibles. Hay imagen y su reproducción acústica cuando las palabras se empeñan en que así sea. Hay un natural discurrir del discurso desde la atracción de lo profundo. Ha desaparecido lo anecdótico y el acento lírico alcanza cotas mucho más que estimables. Aunque se adviertan algunas referencias traídas por la pasión de la pleitesía rendida a los maestros, no desentonan, configurando así, con la sutileza imperativa que ha de revelar ese influjo, un tesoro donde advertimos, invisible, al guardián infranqueable de sus palabras. Tampoco desentonan e incluso adornan velada y justamente la presencia de algunos cultismos (ángaro, cilanco) o el léxico especializado (driza, clepsidra). He leído Babel en las manos no sólo con sus pautas rítmicas, sino con sumo gusto, y debo celebrar su escritura porque ahonda en lo trascendente y burla la trampa de lo obvio cuando se describe. Como yo soy muy valéryniano en esto de la poesía, esos rasgos de proximidad humana, de búsqueda interior, de forma ritmada, de ecumenismo (sirven para todos y de todos se toman) en los asuntos que recoge este libro, de rendición al Uno, del yo conflictivo... todos esos rasgos, digo, hacen de Babel en las manos un libro seductor. La poesía ha de contener una fisonomía capaz de distinguirse frente a cualquier otro género. Hoy no van por ahí las cosas; de hecho, van por un camino muy distinto jalonado de mentores de formación muy deficiente. Por eso mismo, el libro de Sarría sirve de azud a esa corriente última tan tozuda y construye encrucijadas para despistar a quienes recorren aquellas sendas a toda prisa. Digamos ya que, frente a la extensión de los discursos híbridos sin argumentos, Babel en las manos opone la intensión de lo sentido; frente al caos abstracto de las propuestas descriptivas, Babel en las manos opone el tan apreciado rerum concordia discors de un espíritu emocional; frente a la indiferenciación del realismo escolar, Babel en las manos opone el velo de la sensualidad y una mirada limpia, horizontal en lo que atañe al acontecer de la vida, aun en su coyuntural advertencia, y vertical en lo que incumbe a las transmutación de los objetos en entidades casi sensibles. Felicidades, Fernando. Te celebro muy sinceramente.


Manuel Mártinez Forega






sábado, 9 de abril de 2011

Entonces Borges dormía con los ojos abiertos







Entonces Borges dormía con los ojos abiertos
y alimentaba su melancolía respirando la noche.
Era verano en el Hemisferio Sur,
él soñaba con el frío de Ginebra
o con la humedad implacable de Dakar.
Era verano en Buenos Aires
y el mundo le parecía un Atlas propio
donde podía dibujar sus viejas pasiones y sus viajes.
Sus dedos pasaban
lentamente
sobre los mapas,
se detenían en un lugar señalado en rojo,
una punzada,
un río de palabras y de imágenes,
el hombre ciego recordaba,
hurgaba en su memoria el tiempo,
deshacía una a una las páginas escritas de su vida.